Cuando la Real Academia Española da a conocer algún trabajo normativo, mucha gente que se entera por los medios entiende que han hecho o quieren hacer cambios en la lengua, como si la RAE tuviera esa pretensión y, de tenerla, pudiera hacerlo. Es comprensible. Los periodistas que lo transmiten raramente son personas entendidas en materia lingüística, de modo que la información suele llegar ya deformada. Y necesariamente reducida, sobre todo cuando se trata de obras extensas. A esto se agrega el aporte del público que lo recibe, que pone sus prejuicios y sus falsos conceptos.
Por Lucila Castro
Algo de eso ha sucedido con “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, un trabajo de Ignacio Bosque que fue presentado en una sesión reciente y aprobado unánimemente por los académicos presentes, entre ellos varios representantes de las “academias hermanas”. Está publicado en el Boletín de Información Lingüística de la Real Academia Española (Bilrae), que puede leerse en Internet (www.rae.es). Es un documento breve, sin demasiados tecnicismos, y está al alcance del lector no especializado. Tal vez por eso, la información que dieron los medios esta vez fue bastante adecuada. Sin embargo, provocó interpretaciones contradictorias.
En su estudio, Bosque analiza nueve guías de “lenguaje no sexista” publicadas por organismos oficiales, universidades y centrales sindicales de España. Observa que, salvo una, esas guías se elaboraron sin la participación de lingüistas. Bosque reconoce que hay un uso sexista del lenguaje y que hay que lograr que la presencia de la mujer en la sociedad sea más visible. Pero considera que de esas premisas verdaderas los autores de las guías deducen una conclusión injustificada: “Suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz”.
Observa Bosque que muchos textos de mujeres comprometidas con la defensa de los derechos de la mujer serían considerados sexistas si se analizaran de acuerdo con las guías. Y sería así porque ningún hablante nativo usa las construcciones que se proponen. Porque son ajenas a nuestra lengua, y aun si alguien quisiera usarlas, la mayoría de las veces no podría. Bosque menciona, por ejemplo, el caso de los adjetivos predicativos. ¿Cómo hacer no sexista la oración “Juan y María viven juntos”, dado que “juntos” invisibiliza a María? En esos casos, ¿habrá que usar solamente adjetivos de una sola terminación? Muestra también Bosque que a veces las soluciones propuestas cambian el sentido.
En la Argentina, a algunos el trabajo les gustó. “Por fin la Academia pone las cosas en su lugar”, dijeron. Entre los que así opinaron hay muchos opositores al Gobierno que, inducidos en algún caso por el título de la nota y sin prestar atención al hecho de que el estudio se hizo sobre materiales españoles, vieron el documento como una crítica a la costumbre de la Presidenta de desdoblar los plurales en masculino y femenino (el famoso “todos y todas”). Eso los llevó a interpretar que la crítica estaba dirigida a la manera de hablar de Cristina Fernández de Kirchner, y cargaron también contra su uso de la forma presidenta, que la Academia nunca rechazaría, pues está documentada desde la Edad Media, figura en el diccionario oficial desde hace más de dos siglos y la RAE reconoce que actualmente es la más usada.
A otros, en cambio, los ofendió. Esos son los que creen que este es un ejemplo del imperialismo lingüístico de los españoles. Por supuesto, el hecho de que el documento fue firmado también por académicos americanos lo pasaron por alto. Entre los que se disgustaron, hay personas que sinceramente creen que las construcciones que proponen esas guías pueden ayudar a eliminar el sexismo por medio del lenguaje. Pero ellos mismos son la prueba de que ni siquiera los que apoyan esas propuestas hablan así. De todas esas construcciones, rebuscadísimas algunas, el desdoblamiento de los plurales sería la más fácil de incorporar. Pero tampoco la usan. No la usan porque no pertenece a nuestra lengua. Y la prueba la dio una argentina que, muy enojada con los académicos, los llamó en un foro “estos carcamanes”. Olvidó que entre los firmantes también había “carcamanas”. No es la RAE la que quiere imponer una manera de decir, sino los que redactan esas instrucciones disparatadas, que creen que la lengua se puede modificar por decreto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario