“Quien no está enamorado ni se psicoanaliza ni escribe, está muerto”, expresa la eminente filósofa búlgara Julia Kristeva en su libro Historias de amor. Es sorprendente que una de las intelectuales más aclamadas de la bella época del estructuralismo francés se incline ahora por temas más laxos y cotidianos. Temas más reales y existenciales.
Kristeva, quien fue acogida en los años sesenta y setenta por su gran derroche de conocimiento sobre lingüística estructural, ahora nos habla del amor, la perversión, la depresión, la melancolía y el sinsentido que produjo el intelectualismo de la época de los estructuralistas.
Escribió un libro en los sesenta que fue una joya del estructuralismo, “El lenguaje, ese desconocido: introducción a la lingüística”. Un texto de perfil complejo. Logró darle el mismo matiz problemático del “Tractatus Logico-Philosophicus” de Wittgenstein. ¡Nadie lo entiende! Como tuve la paciencia de leer las 300 páginas de “El lenguaje…”, puedo entender lo que dijo la Kristeva dos décadas después de este acontecimiento intelectual: en el libro “Las nuevas enfermedades del alma” atribuye al estructuralismo un espacio evanescente y atroz, la condición de enfermedad para el intelecto humano. Yo lo sentí, porque al terminar la lectura de “El lenguaje…” uno parece estar loco, psiquiátrico, fuera de lugar en el aire preñado de pensamientos absurdos. Palabras y más palabras, conceptos y más conceptos flotando como nubes y sin una base terrenal.
La Kristeva hoy se dedica al trabajo del psicoanálisis, al contacto con los seres humanos. Es freudiana, pero al menos ayuda a que sus pacientes estén de vuelta en esta sociedad. Aunque usa en sus investigaciones ciertos conceptos del estructuralismo y la semiótica, ya no le importa nada de esa época. Ella achaca la muerte en masa de intelectuales de la bella época estructuralista precisamente al espíritu del pensar estructuralista. Época de un tremendo esfuerzo intelectual que terminó en la irracionalidad del intelecto, la depresión, la tensión y el suicidio. ¿Y qué lleva al pensar estructuralista al suicidio?
Hay pruebas. Hay muchas razones. Los estructuralistas se habían divorciado casi por completo del lado existencial de la vida. Entendían que a través de un riguroso análisis semiótico de los textos (subrayando una estética, una textualidad) podían comprender el pasado y el porvenir del hombre. Y este análisis sobre los textos (materia muerta) llevó a una profunda contradicción existencial. Se llegó al punto en que el intelecto mismo comenzó a fallar, a dejar de estructurar un lenguaje para entender cosas fuera de su alcance y objeto de estudio. La racionalidad del lenguaje estructural provocó que los estructuralistas no pudieran soslayar la incapacidad para trascender y aceptar el “lenguaje del silencio”. Kristeva lo reconoce; ella escapó a través del psicoanálisis de una sociedad donde lo común no es el amor, sino el cálculo y el odio. Y el estructuralismo era una forma de cálculo matemático sobre el lenguaje.
Esto produjo una gran catástrofe en los círculos académicos estructuralistas. Muchos cometieron suicidio y otros enfermaron. La raíz de la enfermedad intelectual es el uso en círculos de la voluntad de poder donde no se puede hacer nada. Nietzsche inauguró una locura, una enfermedad del intelecto, que se extiende hasta hoy por los círculos académicos e “intelectualoides”: “el pensar demasiado”.
-Zorba observa a su jefe, un intelectual acaudalado. El jefe pregunta a Zorba, ¿por qué me siento deprimido, tenso y triste? A lo que Zorba responde: ¡usted piensa demasiado, jefe! Ese es todo el problema. El jefe, que era un gran estructuralista, arquitecto, armador, quería recurrir a la teoría de la arquitectura para comprender la vida. Pero ahí radicaba el fracaso. Lo mismo le pasó al movimiento estructuralista.
A esta enfermedad intelectual se le puede llamar “pensar demasiado”, o “pensar estructural”. No voy a entrar en detalles, sólo un ejemplo: la “estética” es uno de esos grandes problemas y por eso tenemos ejemplos concretos que hablan por sí solos. Comienzan a pensar demasiado y se contagian con la idea del estructuralismo; luego enferman de manía de grandeza y finalmente caen en la paranoia. Kristeva denomina esta fase “poderes de perversiones”. Son aquellos en los que el fracaso intelectual lleva a exigir una respuesta de otros a su irracionalidad, al complejo de inferioridad, debido a que se hace absurdo concebir que las pequeñas cosas, las cosas cotidianas, sean objetos primordiales de la belleza humana. Los estructuralistas siempre están pensando en lo alto.
Al-Mustafá, personaje ficticio de “El profeta” de Kahlil Gibran, responde, en su comparecencia en el pueblo de Orphalese, al llamado de una mujer, Almitra. “Entonces dijo Almitra: háblanos del amor”. ¡La primera pregunta fue sobre el amor! Y al parecer Kristeva ha tenido muy en cuenta esta declaración de Al-Mustafá: “Cuando el amor llame, síganle, aunque los caminos sean escabrosos”. Y el amor no es ir pensando en algo, estructurando ideas y teorías. El amor es vivir. Que es lo mismo que decir: cuando no se está enamorado (de la vida), se está muerto.
El amor cura, el intelecto llega a un punto que enferma. Cuidado con el “demasiado intelecto”. Muchos intelectuales han preferido suicidarse que comulgar con la belleza del amor, la amistad y la fraternidad.