Por M.Sc. Celis Enrique Rodríguez Serrano*
Considero que la enseñanza de la lengua materna, tradicionalmente, se ha orientado hacia el plano referencial y estructural; es decir, hacia el aspecto morfo-sintáctico del idioma; mientras que el plano del significado, relativo al aspecto semántico-pragmático, ha sido relegado.
Para nadie es un secreto que el contexto socio-cultural influye grandemente en la transformación del idioma, y que es en la oralidad donde se da la mayor parte de esta transformación, la cual se evidencia en las variaciones y cambios lingüísticos que constantemente sufre el idioma en comunidades de habla específicas. Un aspecto fundamental a considerar en estas variaciones y cambios es lo referente a los cambios semánticos que desde la pragmática puede alcanzar alguna palabra o expresión, como ocurre frecuentemente con las partículas de relleno (muletillas) o marcadores metadiscursivos. Éstas pueden funcionar en determinados casos como elementos para organizar y reorganizar el discurso oral.
Para entender la verdadera función pragmático-comunicativa de estas partículas, primero es necesario aclarar que su uso se circunscribe casi exclusivamente a la oralidad, y que entre ésta y el lenguaje escrito existe una marcada diferencia, aunque ambos actos (oralidad y escrituridad) cuentan con el mismo soporte lingüístico: La lengua española.
La oralidad se fundamenta en la alternancia de turnos entre los interlocutores; es decir, en las intervenciones de cada orador (Briz, 2001), y en el principio de cooperación, entendido éste como el respeto entre los hablantes y los aportes de éstos en la conversación (Grice, 1975). En la oralidad predomina la espontaneidad, lo cual permite a los hablantes valerse de todos los recursos lingüísticos, paralingüísticos y extralingüísticos (“muletillas”, entonación, gestos) para ordenar y reordenar sus enunciados, y garantizar la eficacia y efectividad en la comunicación. Mientras que la escritura es más formal y permanente, por lo que el lector puede imponer su propio ritmo de lectura, y volver sobre lo escrito cuando lo desee.
Tenemos, entonces, que la partícula o sea, considerada desde la óptica gramatical como vicio o deformante del idioma, desde el enfoque comunicativo cumple funciones muy específicas. Esto fue constatado en los análisis hechos a entrevistas aplicadas a estudiantes universitarios, donde se pudo evidenciar que esa partícula, al principio de enunciado, permite organizar y reorganizar el discurso oral: O sea, el turismo, o sea aquí… o sea, aquí el turismo se mueve bastante bien. Del mismo modo, se observó que o sea en el interior del enunciado sirve para explicitar frases precedentes: Ahorita se da educación a todo el mundo, o sea, a niños, adultos y ancianos; y la misma, al final del enunciado cumple función conclusiva: Me quedó matemáticas porque el profe no explicaba bien, y yo no entraba a clases, o sea.
Por otro lado, o sea también funciona como elemento irónico y/o eufemístico que esconde un “no seas bruto vale”: Pero bueno mijo, tú no sabías eso, o seeeea.
Por supuesto que el uso abusivo de ciertos vocablos y frases desvirtúa su funcionalidad; sin embargo, se ha demostrado que en el caso de la partícula o sea, muchas veces, lejos de ser o cumplir funciones de simple “muletilla”, desempeña dentro de los enunciados funciones pragmáticas y comunicativas bien específicas, que se corresponden, en la mayoría de los casos, con el contexto general donde se desarrollan los actos de habla. Lo que nos lleva a concluir que es necesario abordar estas estructuras con menos prejuicios y con mayor tacto lingüístico. ¡O sea!**
*Presidente del Sindicato Venezolano de Maestros del estado Nueva Esparta (Venezuela), filial de la Federación Venezolana de Maestros.
**Artículo publicado el 22 de julio de 2008 en la columna MAGISTERIO, Diario “Sol de Margarita”.
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