RESUMEN
En este artículo se analiza la diferente visión que del lenguaje hay en las dos grandes obras de Wittgenstein: el Tractatus Logico-Philosophicus y las Investigaciones filosóficas.
Por Mauro Jiménez (Universidad de Valencia)
A la hora de estudiar a Wittgenstein ha de tenerse muy en cuenta que nunca consideró lo lingüístico de un modo exento. La filosofía del lenguaje de Wittgenstein se desprende de su concepción filosófica. En el Tractatus Logico-Philosophicus «la teoría figurativa [...] constituyó, al mismo tiempo, una respuesta al problema de las condiciones necesarias de la representación lingüística de la realidad —de cualquier representación simbólica en general— y una elucidación de la lógica interna del lenguaje natural» (Bustos Guadaño, 2000, p. 521). En las Investigaciones filosóficas Wittgenstein enseña «a considerar el lenguaje humano bajo un nuevo prisma, como una realidad social y comunicativa en vez de un puro sistema de representación del mundo y de nuestro conocimiento de él» (Bustos Guadaño, 2000, p. 522); o en palabras de Juan José Acero Fernández, Wittgenstein en Philosophische Untersuchungen trata de «describir cómo de hecho funcionan las distintas ruedecillas de nuestro lenguaje, cuáles son los distintos engranajes y cuáles sus conexiones respectivas».
El planteamiento de las Investigaciones filosóficas establece una visión aperturista del hecho lingüístico comunicativo. Según Josep Lluís Blasco y Tobies Grimaltos es posible observar el siguiente cambio en la epistemología de Wittgenstein: «El Tractatus se inscribía en el ámbito de las semánticas realistas, pero Wittgenstein modificó sus tesis filosóficas en la década de los treinta, con un importante cambio metodológico: en la concepción del lenguaje y su función cognitiva, substituye el realismo semántico por el pragmatismo»[1]. Frente a la tendencia sintáctica y semántica del Tractatus, las Investigaciones filosóficas encuentran tantos modos de lenguaje como situaciones lingüísticas sean posibles. La teoría del Tractatus es unidireccional, representativa del ontologismo. La proposición que origina el simbolismo lingüístico es la siguiente: Wir machen uns Bilder Tatsachen. La figura o representación es una combinación de elementos; un análisis de la figura nos muestra:
- Estructura figurativa: conexión de los elementos de la figura;
- Forma de figuración: la posibilidad de que las cosas se combinen unas respecto a otras como los elementos de la figura;
- Relación figurativa: la coordinación de los elementos de la figura y las cosas.
Desde este marco teórico el lenguaje resulta ser la representación de los pensamientos. La isomorfia se produce a dos niveles: a cada elemento de la proposición le corresponde un objeto; y la relación sintáctica de los elementos de la proposición la relación que se da entre los objetos. Al igual que Rusell, Wittgenstein en el Tractatus encuentra que el nombre tiene un significado y éste es el objeto que representa. Así, los nombres designan y las proposiciones describen. Se trata de la clásica teoría referencialista agustiniana.
El problema del lenguaje simbólico natural humano es su inexactitud. Wittgenstein se inserta en la corriente de Frege y Russell que crítica el lenguaje humano señalando las desavenencias entre símbolo y signo (siendo símbolo lo que representa; signo lo concreto, físico). De manera que al criticar tanto la plurisignificación como la homonimia, Wittgenstein desearía un simbolismo transparente que esquive la indeterminación y la ambigüedad.
Al considerar la obra de Wittgenstein de un modo general se suele separar su pensamiento en dos etapas. Sin embargo, curiosamente, no está del todo claro en la crítica a la obra de Wittgenstein si existió realmente una fractura en el pensamiento del filósofo austríaco que provoque y fundamente la expresión de los dos Wittgenstein. En ocasiones, se yergue como exégesis la continuidad de su pensamiento. En este sentido, habría que decir que, sin duda, existe un cambio de respuesta a la pregunta sobre el lenguaje, mas ello se debe a la profundización en un mismo planteamiento. Quiere decirse que Wittgenstein llegó a respuestas distintas desde una misma investigación. Tanto en el primer período como en el segundo período Wittgenstein se plantea la teoría lingüística con fines filosóficos, esta explicaría nuestra relación con el mundo ya que el sistema simbólico lingüístico representa los pensamientos.
Quizás, de entrada, podría decirse que mientras en el Tractatus Wittgenstein plantea un desiderátum —cómo debería ser el lenguaje simbólico para resolver los problemas filosóficos y vitales—, en el segundo Wittgenstein el pensador austríaco trata de justificar el uso corriente del lenguaje tal y como se efectúa en el diario devenir desde presupuestos aperturistas, esto es, desde una pragmática que tenga en cuenta todos los elementos de la comunicación y no solamente los sintácticos y referenciales. Desde este avistamiento general se entiende que Wittgenstein abandonara fundamentalmente dos ideas características de su primera etapa:
- cambia su visión sobre la raíz de los problemas filosóficos: en el Tractatus, junto con Frege y Russell, achacaba estos al uso del lenguaje, ahora varia su posición;
- ya no defiende un símbolo referencialista, o mejor, solo referencialista, abriendo, así, la capacidad de usos del lenguaje.
Sobre la oposición de las obras filosóficas de Wittgenstein hay opiniones encontradas. Sin duda, parece innegable cierta diferencia entre el Tractatus Logico-Philosophicus y las Investigaciones filosóficas. Mas la controversia radicaría en señalar algún nexo de unión entre una y otra. Ciertamente, en ambas obras el lenguaje es comprendido desde el punto de vista convencionalista frente al naturalismo de raíz cratiliana. Pero, quizás tal unión parezca nimia en comparación con la oposición que algunos encuentran entre ambas obras.
Dentro de esa literatura exegética sobre la obra de Wittgenstein podemos encontrar la opinión de Justus Hartnack para quien los dos períodos de reflexión del pensador austríaco son totalmente opuestos:
«Nada más equivocado, pues, que minimizar las diferencias que separan una y otra obra de Wittgenstein. A tenor del T.F. una proposición puede tener una forma correcta o incorrecta; en las I.F. no hay lugar para esta creencia. No se trata de que las proposiciones tengan una forma y que ésta pueda ser correcta o incorrecta; las proposiciones —se nos dice ahora— sólo pueden ser comprendidas o malentendidas».[2]
Por su parte, K. T. Fann indica que lo que cambia en la filosofía de Wittgenstein es el método, esto es, de un posición apriorística vira hacia otra a posteriori. Aunque puede que lo más sorprendente de la crítica de Fann sea la observación de que algunas notas anteriores al Tractatus iban encaminadas en la misma dirección que las Investigaciones filosóficas:
«El método puramente apriorístico del Tractatus es sometido a crítica y ahora recomienda (en cierto sentido) el método a posteriori de investigar los fenómenos reales del lenguaje. Este viraje en cuanto al método es lo que constituye la ruptura entre el primero y el último WITTGENSTEIN. Un hecho interesante, raramente mencionado por los comentaristas, es que algunas semillas de la última filosofía de WITTGENSTEIN estaban ya contenidas en sus pre-Tractatus Notebooks».[3]
Hay una apertura de la consideración del signo en las Investigaciones filosóficas, el valor de su uso no se encuentra tanto en sus relaciones internas como en el uso mismo y el valor que se le dé a ese uso. Al adoptar esta postura que podríamos calificar de pragmática, se separa de la corriente referencialista que se remonta a Platón y San Agustín y pasa por Frege y Russell en la época moderna.
En las Investigaciones el lenguaje ya no tiene como principal misión representar una figura (Bild) del mundo como se sostenía en el Tractatus. Ahora Wittgenstein plantea numerosos juegos lingüísticos. Los juegos lingüísticos son innumerables, una palabra ya no es valorada solo si es significativa, si tiene una referencia objetiva. Su uso es imposible de acotar en ese juego nominalista. La palabra, entonces, puede ser utilizada en diferentes usos. El equívoco del Tractatus y de toda la corriente logicista estriba en creer que solo hablamos de cosas, cuando ese uso no es más que uno entre los muchos posibles. Consecuentemente, no es correcta la pregunta sobre el significado de una palabra, sino el significado de su uso.
El peligro de esta apertura del significado que afirma que no hay significados sino usos, radica en que la cuestión quede abierta y cada uno pueda interpretar el signo a su antojo. En las Investigaciones filosóficas Wittgenstein trata de demostrar que al menos tan importante es la situación de actualización comunicativa como la teoría referencialista. El significado de una palabra ahora no solo estriba en su referencia sino también en el uso que de ella puede hacerse, la conducta que con ella pueda ejecutarse.
El período de transición entre el Wittgenstein del Tractatus y el Wittgenstein de las Investigaciones se da entre 1930 y 1934. Existe una anécdota que trata de justificar este cambio. Según esta, Wittgenstein comenzó a oponerse a su primera teoría cuando exponiendo a un profesor de Cambridge, el economista italiano Piero Sraffa, la tesis de la identidad de la forma lógica entre los hechos y las proposiciones figurativas que los refieren que expuso en el Tractatus, Sraffa le interrumpió haciendo un gesto con la mano en señal de desaprobación y acto seguido le preguntó al filósofo austríaco cuál era la forma lógica del gesto que acababa de realizar. Este suceso le hizo replantear su tesis acerca de la forma lógica[4].
Considerar como lenguaje el juego referencialista que ejemplifica Wittgenstein con un texto de San Agustín resulta en las Investigaciones filosóficas una reducción interesada pues este es solo un uso más, un juego más de entre todos los posibles. Por otra parte, con el dominio solo del juego nominalista poco se puede comunicar. No por conocer los nombres se sabe su uso[5]. Según la hermenéutica de Hartnack a la obra de Wittgenstein:
«[...] cuando se sabe cómo deben ser usadas las palabras para plantear cuestiones, describir objetos y procesos, hacer encargos, ruegos, investigaciones, promesas y juicios, nombrar y resolver problemas morales, etc., etc., puede decirse que se habla —es decir, que “se sabe hablar”— un lenguaje».[6]
Podría pensarse que el juego nominativo está implícito en el resto de usos posibles. Este pensamiento implica que aprendemos el lenguaje mediante definiciones referencialista y ostensivas. Mas, según Wittgenstein, esto es falso, porque sólo cuando sabemos ciertas reglas del lenguaje, como por ejemplo, qué clases de palabras hay, podemos comenzar a utilizarlo.[7]
Al dinamitar el edificio teórico de la corriente filosófica del lenguaje que consideraba como elemento fundamentador del mismo su naturaleza representativa, cabe preguntarse entonces cuál es la respuesta de Wittgenstein a la cuestión del lenguaje, esto es, que tienen en común los juegos lingüísticos. El filósofo austríaco niega la posibilidad de encontrar un elemento común y esgrime como posible solución el concepto de aire de familia (Familienähnlichkeiten):
«No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión «parecidos de familia»; pues es así como se superponen y entrecruzan los diversos parecidos que se dan entre los miembros de una familia: estatura, facciones, color de los ojos, andares, temperamento, etc. etc. —Y diré: los “juegos” componen una familia».[8]
Wittgenstein continúa defendiendo en las Investigaciones filosóficas el convencionalismo frente al naturalismo. Para el pensador austríaco el significado de un signo lingüístico lo da su uso, esto es, que entre el significado y la referencia no hay más unión que la establecida por su uso y éste es una convención social y no, pues, una relación natural y directa. Wittgenstein justifica su razonamiento con el ejemplo del nombre propio de una persona. En ese caso el nombre propio A refiere a la persona X, el significado del nombre propio A no es directamente la persona X, sino nuestra idea semántica de la relación que hemos establecido entre A y X. Esto parece obvio cuando observamos que la persona X puede estar muerta y nosotros seguir nombrándolo mediante A; muere el referente no el significado.
El lenguaje ya no es contemplado como sucedía en el Tractatus Logico-Philosophicus de un modo restrictivo y unitario a partir de la sobrevaloración de la referencia. Las Investigaciones filosóficas plantean una definición abierta del lenguaje en la que tiene cabida todos los posibles juegos de lenguaje. Entre los distintos juegos del lenguaje sólo se puede hablar de un aire de familia. En consecuencia, considerar el lenguaje es considerar un fenómeno y una actividad múltiples: la actualización de innumerables juegos lingüísticos. Resulta imposible realizar una lista cerrada de juegos de lenguaje, de los usos de las palabras y de todos sus significados, porque con el tiempo varían o caen en el olvido. De modo que otra diferencia puede colegirse con respecto a la reflexión del Wittgenstein del Tractatus, y es que no es posible señalar una esencia del lenguaje ya que cada proposición compone un espacio lógico específico, un uso particular, en definitiva, un juego de lenguaje. Las palabras y las proposiciones dejan de tener un poder significativo intrínseco, el cual pasa al contexto comunicativo: «Una palabra o una oración tienen el significado que tienen porque alguien se lo ha dado, y no porque estén dotadas de algún poder independiente de nosotros. Si deseamos conocer, o comprender más adecuadamente, su significado, hay que examinar en qué circunstancias fue dotado de él; es decir, hay que identificar cómo se usa esa palabra o esa oración»[9]. Concretamente, podemos leer en las Investigaciones filosóficas:
«Para una gran clase de casos de utilización de la palabra «significado» —aunque no para todos los casos de su utilización— puede explicarse esta palabra así: El significado de una palabra es su uso en el lenguaje.
Y el significado de un nombre se explica a veces señalando a su portador».[10]
En el Tractatus la visión sobre el lenguaje era unitaria, gracias a ella se justificaba que cada proposición o función veritativa era la representación de un hecho atómico. Así, sólo existía una forma lógica que subyace tanto en el hecho atómico como en la proposición. De esta manera, dos proposiciones aparentemente distintas pueden referir a un solo hecho y el análisis lógico descubriría la unidad última que refiere a la estructura lógica del mundo.
En las Investigaciones filosóficas la postura unitaria referencialista —proposición-hecho atómico— del lenguaje es abandonada por una visión abierta según la cual son los determinados juegos lingüísticos los que permiten y explican la actualización de una proposición y fuera de cada juego lingüístico resulta absurdo cuestionarse si una proposición es mejor que otra. Aquí es donde encontramos el principio pragmático de este segundo Wittgenstein: es el marco discursivo, el juego lingüístico, el determinado contexto en el que se profiere una proposición el que dirá si es correcto o no. Como ejemplifica Hartnack:
«En un determinado contexto podríamos decir que se compone de cuadrados blancos y negros; en otro, en cambio, que de dos colores: blanco y negro. Son, como bien puede verse, dos afirmaciones diferentes, ya que “cuadrado” y “color” no significan lo mismo. ¿Cuál de ellas es la correcta? Depende del contexto; imposible sostener que una sea en sí más correcta que la otra».[11]
El lenguaje es concebido de un modo totalmente distinto incluso metodológicamente: ya no es representación o índice de nada, más bien es como un instrumento que puede emitir un sonido distinto según el uso que se haga de él. Las palabras son comparadas por Wittgenstein a diferentes herramientas y de éstas no puede atribuirse un único uso.
Otra diferencia entre el Tractatus Logico-Philosophicus y las Investigaciones filosóficas es que en estas últimas no se persigue una corrección de todas las proposiciones lingüísticas en aras del descubrimiento de su correcta forma lógica. No se trata de corregir sino de comprender. A esta diferencia subyace un cambio epistemológico, porque no es ya la búsqueda del hecho atómico representado lo importante, importa más bien la comprensión de su función, esto es, aprehender el papel que cumplen dentro del hecho comunicativo social.
Wittgenstein diferencia entre palabras que designan sensaciones internas o privadas de las palabras que designan sensaciones externas o públicas. Mientras que las palabras externas o públicas designan elementos, sensaciones, cosas, etc. objetivables; las palabras internas o privadas designan elementos subjetivos, esto es, refieren elementos, sensaciones, cosas, etc. que no se hallan en el espacio público, sino en la interioridad de quien las siente, de ahí su privacidad. El uso de las palabras internas en distintas proposiciones (afirmaciones, exclamaciones, interrogaciones, etc.) conforma el lenguaje privado. Ante esta situación, Wittgenstein pretende demostrar que tal lenguaje privado no existe, y según la lectura de Hartnack: «Y no sólo eso, sino que su posible existencia futura debe ser considerada como imposible por razones lógicas.»[12] Sucede que cuando hablamos sobre nuestras sensaciones no estamos actualizando el juego lingüístico nominativo aunque así lo creamos.
La imposibilidad de un lenguaje privado radica, según el análisis del pensador austríaco, en la falta de un método lógico que pueda ratificar de un modo correcto y objetivo que una sensación se da o no. Ante esta carencia metodológica solo cabe la posibilidad de defender la sensación según lo que nos parece. No hay ningún criterio de verdad que establezca cuando se da una sensación más que nuestro propio parecer. Consiguientemente, el nombre que usamos creyendo referir una sensación no es tal puesto que opera sin unas reglas definidas. Creemos que es un uso que ejecuta un juego lingüístico, pero no es así, no cumple unas reglas determinadas para cumplir una función de un modo correcto. Al utilizar un nombre X para referir una sensación, Wittgenstein demuestra que tal actualización no cumple con las reglas del juego nominativo, fundamentalmente no cumple con el requisito de que, en palabras de Hartnack, «Lo nombrado debe ser identificable. De no serlo, no quedan satisfechas las condiciones lógicas de la función nominativa».[13]
Ahora bien, si como demuestra la crítica de Wittgenstein al hablar sobre nuestras sensaciones no nombramos, entonces, cuál es el uso de ese lenguaje. La respuesta no es otra que esta: la aserción sobre un sentimiento forma parte del mismo sentimiento a través de un aprendizaje. Así lo recapitula Hartnack: «De acuerdo, pues, con Wittgenstein, la expresión “Tengo dolor” no es un aserto; forma parte, simplemente, de un determinado comportamiento, del comportamiento del dolor (pain-behaviour) [...] Dado que “Tengo dolor” no es una descripción del dolor, sino algo que ocupa, como él mismo dice, el lugar de un elemento específico del comportamiento del dolor (es decir, el lugar del grito), está claro por qué carece de sentido decir que me equivocaba al creer que era un dolor cuando en realidad se trataba de un hormigueo. No más sentido tendría, por ejemplo, sostener que me equivocaba al quejarme y decir “¡Ay!”, dado que en realidad hubiera tenido que rascarme».[14]
Las Investigaciones filosóficas tratan de mostrar los errores epistemológicos que cometemos diariamente al usar el lenguaje: no necesariamente el significado de una expresión es el informar o describir. En definitiva, las Investigaciones filosóficas supusieron un giro fundamental en la epistemología contemporánea. Wittgenstein aportó con su obra un nuevo método de comprensión sobre el hecho lingüístico que si bien desdeña la pregunta sobre la esencia del lenguaje, sí que es capaz, sin embargo, de proporcionar explicaciones más completas, mas ahora desde su uso.