Afirma la Fundación del Español Urgente (Fundeu) que según un estudio de la Academia española de la lengua del año 2010, en tanto que un ciudadano común utiliza entre 500 y 1000 palabras, los jóvenes utilizan algo más de 240, es decir el 25% de lo que usa un hispanohablante promedio.
El castellano tiene más de 100 mil palabras, por lo que una persona promedio utiliza el 7.5% de ese acervo (750 palabras en promedio), en tanto que los jóvenes utilizan el 3%. ¿Significa esto que los jóvenes empobrecen su lenguaje y su pensamiento? ¿esto está relacionado con su capacidad de reflexionar o quizá esta reducción equivale a una simplificación y no a una derrota cultural?
Las opiniones de expertos al respecto están divididas: manejar un mayor número de vocablos equivale a una mejor expresión; Roberto Fontanarrosa en su discurso en el Congreso de la Lengua en 2004 en Rosario, Argentina: “cuantos más matices tenga uno, más puede defenderse, para expresarse, para transmitir. Por eso hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irreemplazables, por sonoridad y fuerza”.
En contraparte, Pedro Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras, dijo en un reportaje publicado en el diario argentino La Nación que “Cuando no hay capacidad de expresión se achica el pensamiento. Lo vemos todos los días con jóvenes que no leen, que no saben escribir correctamente y terminan con un lenguaje empobrecido. Y ese empobrecimiento intelectual y verbal le hace muy mal al sistema democrático”
Otros estudiosos son más cautelosos u optimistas, por ejemplo, la doctora María Laura Pardo, del departamento de Lingüística del CIAFIC-CONICET en Argentina, dijo: “Los jóvenes son creativos en cualquier estratificación social. Que las palabras nuevas que crean no estén en el diccionario no quiere decir que no sean vocablos y que no deban ser contados a la hora de estos estudios. Lo que hoy parece una irreverencia idiomática, mañana estará en la RAE y en otros diccionarios como nuevo léxico”.
De forma semejante, Mara Glozman, docente de Semiología de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, afirma que: “encontrar una “pobreza léxica” en ciertos grupos o colectivos supone que existen otros colectivos o sectores que tienen una mayor amplitud léxica y eso suele asociarse a un mejor conocimiento de la lengua. Digo que ‘suelen asociarse a un mejor conocimiento lingüístico’ porque se trata de ideas que tienen más relación con las representaciones sobre la lengua que con las realidades lingüísticas de los hablantes”.
María Laura Pardo, con una visión lejana al elitismo, aunque reconoce los estudios que afirman que “algunos hablantes solo utilizarían entre 280 a 1000 palabras en su vida diaria”, dice que en esos estudios «no se pondera el valor de la creación léxica”. Además, por lo general, “no se tiene en cuenta que la lengua es un ente vivo, siempre cambiante, imposible de cuantificar y siempre rico, aun por fuera de lo supuestamente ‘correcto’”
Finalmente, el escritor y ensayista dijo que “lo que olvidan los defensores de la cantidad es que el poder del lenguaje no radica en las palabras, sean estas pocas o muchas, sino en la inteligencia que las asocia”,
(Con información de www.fundeu.es y Clarín)
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