Por Celis E. Rodríguez S.
El lenguaje representa la conditio sine qua non en la acción e interacción del ser humano; es la pieza fundamental en el desarrollo socio-cultural de los pueblos; forma parte de la identidad de los hablantes y, por si fuera poco, el lenguaje se erige como la mejor carta de presentación de los individuos que conforman una comunidad de habla.
La identidad que nos da el lenguaje se pasea por los distintos componentes de la lingüística. Fonético: en la entonación que damos al pronunciar ciertas palabras y expresiones, o en la alteración inconsciente o por descuido en los puntos de articulación en fonemas tales como /r/, /l/; que genera un fenómeno muy común entre nosotros, conocido como “dislalia”. Esta alteración se conoce también como lambdacismo: cambio de “l” por “r”: “cambul” por “cambur”, miélcoles/miércoles; y rotacismo: cambio de “r” por “l”: “remorque” por “remolque”, sambir/sambil, azur/azul. Morfológico: en la elisión de la consonante “d” en posición intervocálica (“pescao salao”), o al final de sílaba (tempestá, usté); sintáctico: en el uso excesivo de ciertas interjecciones y muletillas (maaa, choo, adiós adiós), intercaladas en los enunciados por ciertos hablantes; y semántico-pragmatico: en las transposiciones de palabras y expresiones propias de un contexto y/o de una actividad determinada, a contextos y actividades distintas: “anoche fui a la mar y ‘pesqué’ una cesta de corocoros” / “El domingo fui a Guayacán y ‘pesqué’ una pea grandísima”.
Pero el aspecto lingüístico no es el único que influye en nuestra forma de hablar. Ésta también está profundamente influenciada por las características geográficas de la región. Verbigracia, no es lo mismo hablar en un espacio cerrado, que cuente con una buena acústica que permita el uso de un tono de voz moderado, y que favorezca una recepción eficaz y efectiva (región andina), que hablar en un espacio abierto donde, además de carecer de las condiciones acústicas necesarias, se deba sortear una infinidad de obstáculos e interferencias para hacer llegar el mensaje al receptor final (región costera).
Esto justifica, entonces, el elevado tono y la rapidez en el habla de los neoespartanos; sobre todo de los habitantes de las costas marinas, quienes enfrentan la amplitud geográfica que proporciona el mar y el ruido que genera el viento, razones por las cuales deben elevar el tono de voz al comunicarse; además, deben aprovechar el reflujo de las olas y el cesar del viento, para en ese espacio de tiempo encodificar lo más rápido posible el mensaje que desean transmitir a sus interlocutores para que éstos puedan, a su vez, captarlo. Esto nos diferencia como hablantes de los habitantes de los estados andinos, incluso, de los centrales, cuyo hablar es de tono bajo y pausado, pero nos acerca mucho a los hablantes del occidente (Zulia y Falcón), donde las características geográficas se asemejan a las nuestras.
Lo verdaderamente importante de estas variedades lingüísticas, es que las mismas deben ser vistas como las partes de un todo denominado habla venezolana. No se trata, pues, de que determinada región hable más bonito o más feo que otra, sino que simplemente responde a características sociales, geográficas y culturales diferentes, lo que desde mi óptica enriquece grandemente nuestra lengua materna.
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